TEREBINTHID

Perder la memoria. Ese sentimiento de desgarro indoloro y desconcertante por el que tu esencia te es arrancada. Y desapareces, te evaporas, vuelas…
Perder los recuerdos, volver a la plenitud de tu ser, al inicio de tu vida, o al final. Correr sin meta aparente, alejándote cada vez más de la que parecía ser la meta más lógica. Y dejar de ser lógico, empezar a ser iluso, inundarte de la inocencia tan impropia del ser humano cabal.

Y volar sin alas, correr sin velocidad, alejarte estando quieto, desaparecer mientras estás más presente que nunca en nuestras vidas.
Y saltar, y correr, y gritar y pensar del revés y transformar tu ser en otro. Experimentar una metamorfosis que cambia sus tiempos, el crecimiento invertido de cualquier ser racional.

Y escapar sin saber de donde, y huir hacia lo desconocido, y alejarte de aquello de lo que jamás te perderías. Y luchar contra guerras inexistentes, caer sin obstáculos aparentes y superar los más complejos infiernos.
Y romper las cadenas que nos atan a un mundo de paso, experimentando el horror del que todo lo percibe distinto. Y convertirte en un ser tan elevado que no seas capaz de ser un humano material. Y escapar de ti mismo, y perderte porque ya no recuerdas el camino de vuelta.

Y caer, y llorar, y rendirte.
Sufrimiento.
El sufrimiento del que todo ve pero nada comprende, el dolor del que habla en un idioma que nadie es capaz de comprender. El sufrimiento de aquel al que escuchas pero no entiendes. Hablar una lengua desconocida para el Universo en el que te encuentras.
Y cuando parece que te acercas, en realidad te estás alejando más y más. Y te vas, sin remedio, sin lucha.
Te escapas de mis manos sin remordimiento, o con mucho. Y me agarras con la necesidad del que quiere quedarse pero tiene que abandonarte. Y con cada paso te alejas, y me matas a mí, a ti, a todos…
Llanto.
Un llanto roto y doloroso. Frío, muy frío, como estalactitas dentro de mi alma, o de la tuya.
Te pierdo, me pierdes. Nos perdemos.
¿Pero y si con cada paso en vez de alejarte te acercaras?, ¿ y si la que se aleja soy yo, nosotros?
Quieres que vaya contigo pero corres demasiado y me caigo. Y no comprendo, no consigo llegar, no logro alcanzarte. Y te caes y quiero ayudarte pero estás muy lejos. Te veo, te escucho, te siento pero no logro acercarme. Y te alejas, como si estuvieras corriendo hacia mí pero en dirección contraria, como si me buscaras en un lugar al que no he conseguido llegar.
Y te vas.
Y te pierdo, sin darme cuenta que ahora te he ganado. Que estás más cerca que nunca. Que ahora eres tú el que me ayuda, que hablo y no sólo me escuchas, también me entiendes.
Y lloro, pero de alegría, porque ahora no te toco pero por fin te tengo al lado. Y no huyes, te quedas. Y corremos en la misma dirección, como dos líneas paralelas, que nunca se tocan pero siempre avanzan juntas.
Hola, ahora sí, bienvenido a mi vida, que es más tuya que mía, más mía que tuya.

La pérdida de memoria es, sin duda, uno de los síntomas más duros de experimentar, tanto para el enfermo, como para el entorno que le rodea.
Es una sensación de pérdida de control sobre tu vida, o sobre la del otro. Experimentar esto una, dos, tres o más veces, hace que me plantee la necesidad personal de entender esta enfermedad. Una necesidad que me lleva sin duda alguna a darle la vuelta al sufrimiento aparente que me produce.

La necesidad de creer firmemente en un viaje ideal, que se va construyendo en mi mente a través de la inevitable influencia del arte. La pintura, la literatura o la música van construyendo una historia, un viaje que se materializa en un cuento, aparentemente fantástico, aparentemente irreal, onírico. Pero solo aparentemente, como el alejamiento del que pierde la memoria, solo es aparente, es irreal.